v1 D MEMORIA

¿QUÉ RECUERDAN LOS NIÑOS A LOS DOS AÑOS?

 Los entresijos de la memoria infantil antes de los tres años son bastante desconocidos: los pequeños carecen del lenguaje necesario para transmitir sus recuerdos. Se sabe que no pueden retener información a voluntad ni evocarla cuando quieren. Pero eso no quiere decir que no posean recuerdos. ¿Qué guardan en su cabecita?

A los dos años los niños no pueden decidir si almacenar o no una información: lo hace por ellos su sistema de supervivencia.

 ¿Qué cosas merecen guardarse en su gran cajón de recuerdos, la memoria?:

  • Retienen con gran precisión todo lo que les interesa, lo que les motiva.
  • Lo referente a su entorno, las personas con las que viven y por supuesto todo lo que tiene que ver con sus progresos y aventuras. Ya identifican perfectamente a otras personas, aunque no las vean cada día. Y no solo las reconocen cuando se encuentran con ellas, ahora también las pueden nombrar al verlas en fotografías y echarlas en falta.
  • Recuerdan mejor las imágenes que las palabras, y la realidad mejor que las imágenes. Por eso, cuando les leemos un cuento, hay que buscarlo con dibujos sencillos que ilustren lo que decimos. Pero si queremos que de verdad recuerden los nombres de los animales, lo mejor es llevarles al zoo. No se olvidarán de ellos. No solo porque los han visto en directo, sino porque probablemente esa imagen va unida a grandes emociones: se habrán partido de risa al ver a papá imitando al mono, se concentrarán ofreciendo hojas al ciervo…
  • La afectividad es un factor determinante. Lo que reciben cargado de cariño y en su ambiente familiar recala en su historia con más fuerza. A esta edad recuerdan mejor lo que aprenden de mano de sus padres que cualquier otra cosa. No solo lo bueno. Las experiencias negativas también se graban en su cabeza. Por eso, lo más normal es que un niño que haya probado un jarabe con un sabor desagradable cierre la boca y cabecee en cuanto vea el bote.
  • No olvidan las promesas ni a corto ni a medio plazo. Lo han comprobado todos los que han infravalorado su memoria y en un momento de desesperación les han prometido algún regalo descabellado. Si les interesa no lo olvidan, no.
  • No saben la diferencia entre ayer y hace un año, no entienden aún las referencias temporales. Para ellos las cosas ocurren y punto; quedan grabadas como huellas intemporales que suelen evocar en situaciones similares. Por eso quizá no sepan qué contestar si les preguntamos qué hicieron ayer… o incluso esta mañana. Como mucho, contarán algo de hace una semana o de ese mismo día, lo primero que les venga a la cabeza.
  • Aún no pueden traer sus recuerdos voluntariamente, aunque podemos ayudarles a evocarlos. Si pedimos a un niño que cuente a los abuelos lo que ha hecho el fin de semana, se quedará callado, sin saber qué decir. Pero si le ofrecemos pistas, podemos ayudarle a recuperar la información: “¿Te acuerdas de que el conejo se comió la hierba que le diste? ¿Y qué hizo después? Cuéntaselo a los abuelos”. Ahora sabrá continuar y recordará lo bien que lo pasó. En realidad, no hay que ayudarles mucho. Evocan solos constantemente las cosas que son importantes para ellos.
  • Lo que influye en el desarrollo de la memoria es el conocimiento previo que tengan del mundo, es decir, la posibilidad que han tenido de explorarlo, tanto solos como acompañados. Este conocimiento les dota de una estructura donde encajar las nuevas informaciones. Los niños que acompañan a sus padres a la compra, al parque o a casa de amigos, cuando empiezan a ir a la escuela saben muchas cosas: quizá no de colores, letras o números, pero sí de la vida cotidiana, de los animales, los lugares, etc. Tienen una estructura en la que poder integrar los nuevos conocimientos.

¿Almacenan los buenos recuerdos?

A los dos años los recuerdos se almacenan en imágenes que, según los psicólogos, son más vulnerables al paso del tiempo que los recuerdos almacenados con palabras. Pero en el fondo da igual.

Un niño puede olvidar lo que hacía a esta edad, por ejemplo, los días que iba al parque con sus abuelos, pero el lazo emocional que forjan todas esas experiencias perdura mucho más allá de las imágenes. Al final no se acordará de por qué quiere estar con sus abuelos, pero querrá estar con ellos.

 ¿Y qué pasa con los malos recuerdos?

Es posible que después de una caída de un triciclo o de un columpio, los mire con recelo cuando pase junto a ellos. Otras veces afrontará sus malos recuerdos mediante comportamientos o gestos no tan obvios para nosotros. Por ejemplo, puede reaccionar con desmesurada agresividad a un estímulo aparentemente inocuo (papá le ofrece un globo), en cuyo caso podemos preguntarnos si estará recordando (y respondiendo) a un problema previo (un día se le explotó uno y nosotros ni nos enteramos).

Las malas experiencias no deben ser olvidadas, sino superadas. Para ello, y puesto que no nos puede comunicar aún lo que le pasa, es importantísimo estar atento a sus reacciones y cambios y favorecer cualquier forma de manifestación.

El juego simbólico es una eficaz herramienta de comunicación. Una vez superadas, las malas experiencias dejarán de ocupar un sitio importante en su memoria. Por otra parte, aunque podemos intentar hablar con él acerca de lo que le ha ocurrido y tranquilizarle con un “no pasa nada”, a esta edad entiende mucho mejor el consuelo del cariño: un largo y fuerte abrazo le calmará.

 ¿Se puede potenciar su memoria?

A esta edad no hay ejercicios especiales para favorecer la memoria voluntaria, pero podemos sentar las bases para que más adelante se desarrolle a la perfección. No hay más que fijarse en lo que más les gusta hacer:

  • Contar historias apoyadas en buenas imágenes: a los dos años, la memoria es principalmente visual.
  • Proponerles juegos relacionados con lo que pretendemos enseñarles. Por ejemplo, queremos que aprendan el nombre de los cubiertos. En vez de hacérselos repetir mil veces, jugamos a dar de comer a su muñeca y los nombramos varias veces. Así los retendrán con mayor facilidad.

Publicado en: www.serpadres.es

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